He
aceptado la invitación de participar en esta mesa de cierre porque advierto la importancia que tiene para
los organizadores, para mis alumnos, esta instancia del Congreso que marca el
final de una actividad que ha demandado un gran esfuerzo, esfuerzo de gestión
pero también esfuerzo de coordinación de un trabajo grupal. Creo que uno de los
logros ha sido sobrellevar las vicisitudes de una compleja organización desde
la convicción de que no sólo es posible “hacer juntos”, más allá de las
diferencias de criterios y estilos de participación, sino que es imposible la
concreción de un gran proyecto sin trabajo y compromiso grupal.
En
un contexto institucional que no se ha caracterizado precisamente por generar
iniciativas dirigidas activamente a la transformación de nuestra realidad
próxima o por la movilización de los actores con una orientación compartida
–excepto en coyunturas de posible ruptura y fuerte incertidumbre-, la
realización de este congreso no puede dejar de sorprendernos; es más,
personalmente me estimula a pensar en esas cosas relevantes que suceden
cuanto aparentemente no pasa nada.
Aun
sin disponer de espacios físicos de encuentro más que las aulas y los angostos
pasillos por los que circulamos diariamente con dificultad, aun cuando los espacios institucionales de
participación de los claustros se han desdibujado en los últimos años, un
pequeño grupo de estudiantes ha creado un Centro de Estudiantes que supo resistir los momentos de
desaliento por la débil participación o la escasa visibilidad de sus acciones y
que ha logrado sostener un par de
proyectos muy importantes:
- un Taller de
Utopías, orientado a fortalecer las prácticas de lectura y escritura académicas
como condición de posibilidad de la crítica, la interpretación y la producción
de nuevas visiones y versiones de los problemas que abordamos. Este taller se desarrolló como propuesta
extra-curricular con aval académico de la Facultad de Humanidades y Ciencias Sociales
durante los ciclos académicos 2006 y 2007.
- un Congreso de
Historia Regional y Patagónica, orientado a abrir un espacio de encuentro e
intercambio para la comunicación de las producciones académicas.
Es
evidente que los estudiantes podrían haberse propuesto otras alternativas,
tal vez menos exigentes, para justificar
su presencia institucional y participar en la cuestión del poder (encuentros deportivos,
torneos de ajedrez, recitales, charlas-debate). Sin embargo, han elegido
sostener un espacio de experimentación y ensayo de las herramientas del
pensamiento por un lado, y por otro, la realización de un congreso con una
amplia convocatoria a nivel regional –continuidad del proyecto iniciado en el
año 2006 por los estudiantes de Magallanes- que ofreciera un ámbito de
reflexión sobre los problemas teóricos y metodológicos de las ciencias sociales
y sobre los temas que revisten relevancia epistemológica y significatividad
social.
Creo
que esta opción dice de un clamor por
construir condiciones que favorezcan nuevos abordajes de nuestras problemáticas
regionales, que estimulen la voluntad de intervenir con el pensamiento y de
superar cierto estado en el que
predominan las prácticas de gestión de información sobre las de la producción del conocimiento.
Además,
la elección de la temática del congreso evidencia el interés por pensar las relaciones entre el presente y
el pasado como estrategia insoslayable para la comprensión de los contextos
actuales. Y claro está que la historiografía ofrece abundantes recursos y
herramientas para pensar estas relaciones, relaciones que no son lineales, de
causa-efecto, sino de posibilidad. Como señaló Marc Bloch, lo que la historia
puede hacer es el análisis de condiciones y resultados, ambos mutables, y la
historiografía muestra que si cambian las condiciones, cambian también las
posibilidades del resultado.
Advierto
que los estudiantes que organizaron este congreso y el anterior en Punta Arenas
así como los que respondieron a estas convocatorias desde otras unidades
académicas de Argentina y Chile entreven las diferencias e, imaginando un
horizonte diferente para el futuro, trabajan para generar las condiciones que
pueden hacer posible otros escenarios, escenarios en los que la Universidad
cobra un mayor protagonismo e incidencia en el devenir de nuestras comunidades.
Hoy
me complace creer que cuando pensamos que no pasa nada en nuestras
instituciones, en realidad suceden cosas relevantes:
se piensa y se
imagina disciplinadamente,
se buscan otras
relaciones y se formulan nuevas preguntas,
se cuestionan
evidencias y postulados convencionalmente aceptados,
se perforan
nociones comunes y se fisuran visiones naturalizadas,
se supera la
indiferencia,
se descubren los
beneficios de pensar con otros,
se construyen representaciones más complejas de la
realidad, lecturas menos ingenuas, visiones que imponen ampliar nuestro
compromiso político.
Cuánta
razón tenía Marc Bloch al entender a la
historia como insustituible técnica intelectual, motivo de la acción civil en
el tiempo de la democracia. Las producciones que aquí se presentaron, más
allá de las limitaciones que presentan nuestras construcciones y propuestas,
han evidenciado una fuerte voluntad de incidir, de marcar la realidad política
y social con una huella duradera, de modificar las condiciones del presente que
hipotecan nuestra libertad de pensar, imaginar e intervenir en los procesos de
cambio.
No
puedo dejar de felicitarlos y agradecerles por haber hecho posible este
movimiento que revitaliza el sentido de la docencia universitaria y la
investigación.
Profesora: María Teresa Luiz
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